7/4/09

(Mas comentarios en La crueldad humana. Auschwitz, o6/04/2009)

Raimundo dijo...

Sr. Presidente, no he dejado de pensar en los comentarios de paqui, helios y rosa roja sobre la represión franquista, sobre el terror… sobre Gaza, sobre Darfur.

Durante la ocupación de Polonia por los nazis, un soldado alemán de 18 años, seguramente hijo de obreros, está de guardia en un puente de Varsovia. Hace mucho frío. Quizás no ha comido. Tiene sueño.

Una madre judía, y su hija de siete años, piden limosna en ese mismo puente. Con su estrella de David cosida a la ropa. La niña es bellísima.

Un paseante polaco se compadece de ellas, de la niña. Le da una limosna. Al soldado, ese gesto de humanidad le acaba de estropear el día.

Apunta con su fusil a las mendigas y le grita al compasivo polaco: “Voy a tirar al río a una de las dos, elige a cual de ellas. A la hija o la madre. Si no eliges a ninguna, ahogaré a las dos”

Es la “decisión de Sofía”, a la que tarde o temprano se enfrentan quiénes viven en esas épocas. Denunciar, o ser denunciado. A capricho del asesino. De la crueldad de los soldados.

Cada uno se salva como puede. En EE UU el linchamiento pervivió hasta los años 50. Cualquier negro algo levantisco podía acabar quemado una noche. Un terror… de perfil bajo.

La táctica de supervivencia de las familias negras era inculcarles el “miedo al blanco” a sus hijos (la sumisión). No es el “síndrome de Estocolmo”, es una forma de supervivencia del esclavo. De proteger a sus hijos. De librarlos del orgullo que conduce al linchamiento.

Como en España durante la guerra, separarlos de su identidad, del propio pensamiento.

En cambio, en la posguerra hubo un acuerdo social tácito, unánimemente adoptado (excepto en círculos de privilegiados franquistas)… el de no trasmitir a los niños el odio, para alejarlos de una resistencia, de una muerte temprana, pero también para amparar su futura libertad.

La estrategia funcionó. No se les hablaba del miedo, de los crímenes, de los muertos. Nadie.

Así las generaciones de la transición conocieron las historias del miedo ya mayores, cuando podían asimilarlas, cuando podían seguir otros caminos que no fuera el de venganza, el de linchar al delator. El de la justicia. El de la libertad.

No se valora mucho el que una sociedad, espontáneamente (instintivamente), salvara a sus hijos de la iniquidad, de la contaminación del rencor, para que pudieran vencer en su futuro, al terror… para que (ellos al menos) se salvaran de hacer guardia en los puentes de Varsovia.

Como así ha sido. Gracias a la grandeza de espíritu de una generación. La de la guerra y postguerra. La más desgraciada.

Un saludo a todos

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